viernes, 2 de agosto de 2013

Nº 84 de Plymouth Grove

- ¡La casa va a encantarte! Las habitaciones son amplias y deja que veas el jardín.
- Parece que a ti te ha convencido, pero aun falta ver las que están en la ciudad – Elizabeth sonreía al verlo, le gustaba el contraste de la formalidad pública y la algarabía de cuando estaban en privado.

Al llegar a la casa le gustó el verde de las murallas del jardín y la manera en la que rodeaban el edificio, las columnas que enmarcaban la entrada y el detalle de las hojas talladas en cada una, pero aun no estaba convencida, tenía que pensar no solo en los detalles de la arquitectura sino en la practicidad de criar a sus cuatro hijas en esa u otra casa.
- ¿Qué te parece?
- Al menos no es rosa.

Al entrar en el recibidor, sintió una extraña sensación, Will se había adelantado al piso superior con el arrendador y ella examinaba los rincones, escuchó un sonido y habría jurado que alguien la había llamado por su nombre, al volver, creyendo que había sido su esposo, notó una especie de sombra que se había dirigido a la sala de estar, al seguirla un estremecimiento recorrió su cuerpo, era un caballero alto, ancho de espaldas, de esos que con su sola presencia imponen autoridad, llevaba un hermosa rosa entre las manos, sonrió a Elizabeth y dejó la flor en sus manos, para luego salir por la cocina rumbo al jardín; lo vio acercarse a una joven de singular belleza que llevaba un vestido de seda sin adornos, un sombrero de paja y un vistoso chal indio, él la veía con admiración pese a la frialdad que ella le mostraba. 

Por fin pudo ver el jardín del que le hablara tanto su esposo, la casa estaba rodeada por los más hermosos rosales, estaba segura que la flor que tenía en la mano provenía de ese lugar. De pronto escuchó la voz de dos mujeres y al volver el rostro vio que en la mesa frente a la estufa se encontraba una anciana de dulce y tímida expresión haciendo cuentas junto a una joven de inteligente mirada. Elizabeth no recordaba haberla visto antes y estaba segura que nadie habitaba la casa. 

Mientras las observaba algo en ella parecía reconocerlas, “y aun sin conocerla diría que permanece soltera aun cuando ha amado profundamente”; tales eran sus pensamientos cuando la dulce mujer le ofreció una taza de té, en ese momento entró en la cocina con pompa y bullicio una dama con el semblante cubierto de la más viva curiosidad, la veía interrogante mientras preguntaba inquisitiva quién era ella. Elizabeth quiso responder y presentarse, disculparse y disculpar a su esposo cuando escuchó un ruido fuera de la casa, se asomó nuevamente al jardín y vio a una niña adormecida a la sombra de un árbol, le llamó la atención lo grande de los guantes que usaba, sus abundantes rizos negros, además lo blanco de su vestido y la dulce expresión de su sonrisa le recordaron a un pequeño ganso.

Un impulso la empujaba hacia la pequeña, pero al llegar a la puerta la niña no estaba. En el mismo sitió, observando detenidamente un escarabajo, se encontraba una joven con los mismos rizos negros, de mirada inteligente y esa expresión como de un pequeño ganso asustado; junto a ella había otra persona, una hermosa y alegre joven, alta y bien formada, parecía no prestar atención a lo que la otra le decía y que con invariable expresión arreglaba los listones de su sombrero.

Recordando la taza de té que le habían ofrecido regresó sus pasos, pero poco antes de entrar en la cocina, escuchó nuevamente que alguien la llamaba, era más bien un susurro, una corriente de aire abrió la puerta de la sala de estar y escuchó nuevamente casi como un sonido del viento, “Elizabeth”, seguida de un otro, que armónico y continuo le recordaba a carretes y pedales moviéndose al mismo tiempo. Se dirigió a la habitación de donde creía escuchar su nombre y del que seguramente provenía el repiqueteo que escuchaba, al entrar en la sala de estar se encontró con una fila de jóvenes trabajando en máquinas de coser. La habitación parecía otra y no la que recorriera momentos antes; una de las jóvenes llamaba más que ninguna otra su atención, estaba reclinada en la ventana como buscando algo, con su traje de enfermera, mientras admiraba la nieve caer... “¿nieve?, ¡pero si estamos en verano!”, la joven observaba con expresión amarga y triste a un hombre en el jardín, uno de esos que en cuanto se les ve resulta obvio la aristocracia y la falta de moral en su mirada.

Lo que escuchó esta vez no era su nombre al viento, sino la voz tenue de un joven recitando un poema, al dirigirse al comedor, por el pasillo vio a dos jóvenes de dieciséis o diecisiete años, corriendo alegres tomados de la mano, con la alegría que solo el primer amor es capaz de dar. Al llegar al comedor vio al joven caballero cuyos versos llamaron su atención, con semblante pálido, casi enfermizo, sentado frente a la chimenea haciendo correcciones al poema que recitara poco antes. Estaba confundida, creía que casa estaba deshabitada. Recordando nuevamente el té, Elizabeth regresó a la cocina y sentándose al lado de la dama que lo ofrecía, contemplaba la casa y lo concurrida que resultaba.

Cerró los ojos un instante, mientras la suave brisa que corría inundaba sus pulmones y despejaba su mente. Había algo de mágico en ese lugar, abrió los ojos para decirle algo pero la señora ya no estaba, en la cocina no había nada, ni el servicio de té sobre la desnuda mesa, ni la estufa encendida. Miró entonces por la ventana y vio que el árbol era aun muy pequeño, que no había rosales rodeando la casa, ya no escuchaba el repiquetear constante de las costureras, ni risas de enamorados, ni la suave voz que recitaba románticos poemas.

Cerró nuevamente los ojos y ahí, en su mente podía verlo todo, cada habitación de la casa guardaba un secreto que surgía de ella misma, la casa despertaba a cada paso su imaginación, sonrió y fue entonces que sintió algo en la mano, una hermosa rosa de bordes aserrados, la misma rosa que depositara el alto caballero en su mano y cuyos rosales imaginaba rodeando la casa. Las dudas que había experimentado al llegar se habían despejado, subió corriendo los escalones con la sonrisa inundando su rostro.
- Will, esta es, esta es nuestra casa.

15 de abril de 2012




Premio por Originalidad
Premios Editorial dÉPOCA-Historias de Época Primera Edición

2 comentarios:

  1. Simplemente, ya creo habértelo dicho, me encanta cómo escribes! es un relato precioso, con un premio muy merecido! besos!

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  2. Gracias!, escribirlo fue un placer, a veces las musas se acuerdan que existo y llegan sin que tenga que ir a buscarlas, con este me pasó eso. En cuento vi de qué trataba, ya sabía que quería escribir y cómo.

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2 comentarios:

  1. Simplemente, ya creo habértelo dicho, me encanta cómo escribes! es un relato precioso, con un premio muy merecido! besos!

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  2. Gracias!, escribirlo fue un placer, a veces las musas se acuerdan que existo y llegan sin que tenga que ir a buscarlas, con este me pasó eso. En cuento vi de qué trataba, ya sabía que quería escribir y cómo.

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